Resulta intrigante el funcionamiento interno de los
partidos. Ya sé que se rigen por estatutos, normas, compromisarios y demás
conceptos afines. Pero a pesar de todo yo no comprendo cómo ciertas personas de
méritos muy pobres, adquieren notable influencia o directamente acceden a la cúspide. Habría que sumergirse en esos entramados
de concesiones, favores, promesas y traiciones para poder llegar a
entenderlo. Desde fuera servidor no lo asimila. Debe ser que soy corto de
entendederas.
Semanas atrás vuelve a salir elegido Louzán como presidente
provincial del PP. Sin la más mínima oposición. Sin autocrítica. Sin vaselina.
Sin nada de nada. El que se mueve no sale en la foto y el que manda soy yo. ¿No
había nadie mejor? ¿Algún díscolo con un mínimo de orgullo? Mucho miedo a
perder la mamandurria es lo que hay. La imagen que se transmite al electorado
es penosa. Allá ellos.
Otro misterio todavía más grande es el caso de Antón
Louro, especialista como nadie en que le
llueva, ponerse de perfil y, sobre todo, cobrar como nadie durante lustros del
erario público. Desconozco si tiene más virtudes pero hay que reconocer que las
anteriores son más que notables. ¿Qué mecanismos internos posibilitan su
reelección e impiden un cambio generacional? ¿Qué contrapartidas lo hacen
posible? Inexplicable; más teniendo en cuenta el descontento que había en las
bases. Pero aquí no pasa nada. Volverá a salir.
Lo que no es ningún misterio es el caso de Lores. Pontevedra
se ha convertido en la aldea de Asterix en la que el BNG mantiene su cuota de poder y hay que aguantar como sea.
El problema es el carallazo en las autonómicas y las nuevas bocas que
alimentar, que se tienen que refugiar aquí. Me acuerdo de la bilis que segrega
Lores cuando le mentan a Beiras. ¿Que hay que colocar a alguien? Se tira del
presupuesto público y arreglado. Y si hay que dejar sin pagas a la oposición,
mejor que mejor. Total ya hemos renunciado a la justicia social y somos más
señoritos que la derecha más rancia de Pontevedra, que son nuestros votantes
más fieles. Y sin haber pisado el Liceo Casino ni la Plaza de Toros, oiga.
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